Extra Time! Parte 2

ANECDOTARIO DE UN EXTRA: DÍA UNO.

Participé como extra en la película filmada en Hermosillo, Sonora, claquetada el 30 de abril del 2012: Chávez: The Fight in the Fields. Dirigida por Diego Luna, protagonizada por Michael Peña, Rosario Dawson y America Ferrera.

El tiempo extra de… un extra no está desperdiciado del todo. Además de hidratarme con Gatorade, Powerade, H₂O-ade, pude conocer personas. Por ejemplo, una joven mujer, cuyo nombre no recuerdo. Perdón, zonzo de mí. Soy pésimo con los nombres, a veces ni siquiera se los pregunto a desconocidos que debería conocer.

También conocí a Juan Pablo. No, no fue una alucinación causada por un golpe de calor del espíritu de Karol Volt… Wolj… Wojyt… Wojty… del Papa anterior. Platicamos un rato mientras atestiguábamos a varios siendo llamados a vestuario, uno por uno. Vanes llegaban, se iban con los ya caracterizados. Incluso había un autobús esperando despacharlos a paradero desconocido.

Mi hermana y su novio se dieron una vuelta al caos ordenado de lo que se había convertido La Milla. Les mencioné antojo por una Coca-Cola. –Siempre tengo antojo. Es permanente, eterno- Se ofrecieron a traerme una. Con mucho pesar, decliné la oferta. Ignoraba cuánto tiempo me mantendría en el sitio. Para cuando volvieran, quizás ya no estaría. Además, llegaría caliente.

Ya por la tarde, ellos vendrían a caminar a La Milla. Faltaban escasas horas para eso. Tal vez, a su regreso, me encontrarían todavía sentado, esperando. Se marcharon luego de un rato. Enfoqué mi atención a tener paciencia. A lo mejor, pensé, ser extra no estaba previsto en mi destino, por lo menos este día. De todos modos me presenté. Eso es lo importante.

No sabíamos a dónde nos enviarían. Aunque circulaban chismes del destino. Chori o Shorty, -U otro apodo completamente distinto. Una vez más haciendo valer mi despistadez- mejor conocido entre los extras como El Tatuado, nos hizo saber que si la información no salía del personal de Julio Toledo Extras Castings no era confiable. Hasta que ellos lo indicaran entonces sí.

Inclusive, Chori se disculpó por si acaso habíamos recibido alguna alzada de voz por su parte o del crew. Confesó que estaban bajo gran estrés, además no habían tenido un sueño decente en semanas. Se levantaban muy temprano después de la larga jornada del día anterior que terminaba a altas horas de la madrugada.

Llegó la hora. Nos hablaron de vestuario. Estaban muy apurados y cansados. Nosotros éramos de los últimos extras. Debían despacharnos de inmediato.

Juan Pablo y yo corrimos a vestirnos en una carpa vacía. El Tatuado, apresurado, preguntaba si había mujeres, para así no entrar. No; éramos sólo dos hombres desnudos. Eh… creo que eso no se oyó bien… Mejor le compongo:

‘Éramos sólo dos hombres ajuarándonos. No había riesgo de ofender a alguna mujer al ingresar, pues ninguna estaba presente’ ¿Suficientemente correcto?

Nomás duramos pocos segundos en paños menores, no consecutivos. El Tatuado nos presionaba, teníamos que estar listos ya. Corrimos de vuelta a vestuario para recibir los últimos toques.

“¿De cuál calzas?” Directo al grano, preguntó un vestuarista. “Doce”, respondí. Echó una risita de sorpresa y barbaridad. La caravana proviene del centro de México, traen ropas para el paisano “promedio”. Obvio, esas medidas no sirven en el norte. Ni siquiera me buscaron zapatos. Que me fuera con los Converse.

Tanto trabajo invertido en el corte de cabello, dicho y hecho. ¡Me pusieron un sombrero de charro! Bueno, no era del estilo, pero su circunferencia era de ponerte en ridículo ante mirones con facilidad.

Grandote el sombrero pero estrecho el agujero. La cabeza no me entraba. De pilón, me indicaron subirme el pantalón hasta el ombligo, más arriba. Nunca había sentido un cinturón abrazando mis costillas. Los vestuaristas traían las pilas bajas. Nos dieron el visto bueno y listo. Fuímonos.

Antes de fuirnos, nos entregaron una bolsa plástica para guardar la ropa personal. Mientras nos dirigíamos al autobús supimos a dónde iríamos: al Parque de La Pitic. Después, metimos las pertenencias en el compartimiento del equipaje en el bus.

Nos dijeron que tocáramos la ventanilla del conductor. Pero al asomarnos no había nadie. Los del casting estaban muy presionados y apurados, no encontrar al chofer era una patada en el hígado. Entre si era Juana o Chana, una van llegó. ¡Todos pa’rriba!

La van se llenó de extras, en su mayoría mujeres. Cerramos la puerta deslizable, ¡listos para el estrellato! No. Fíjense que siempre no. Ese transporte ya estaba asignado para otros menesteres. Ahí vamos para abajo todos.

Al descender nos topamos con una disputa, o lo podría haber sido si no fuera por la buena disposición y talante del Chori. Una señora que no alcanzó vestuario, o no encontraron de su talla, alegaba con él. Pero éste la calmó; le subrayó que no era su culpa sino de los vestuaristas. Ella estaba muy ilusionada por participar.

La señora mencionaba haber perdido todo el día. Pero eso no importa, pues le pagarían de todos modos, insistía el Chori. El asunto quedó en buenos términos. Sin embargo, ella se retiró con la ilusión frustrada. Ojalá le hayan hablado otra vez.

El conductor del autobús llegó. Ahí vamos corriendo pa’llá. Nos subimos todos… ¡Oh, que delicia! Tenía refrigeración, además, asientos acolchonados, y las ventanas tenían cortinitas. Después de estar todo el día en el calorón, sentados en sillas de metal, mi derriere de veras disfrutó el confort.

Algunos asientos estaban ocupados por bolsas plásticas con pertenencias de extras que no debíamos tocar. El autobús emprendió la marcha. Bien a gusto andábamos disfrutando del traslado. Pasamos por la calle de mi casa. –Yeih! Hola casita. Mira que cerquita ando, haciéndole de extra en una película. Adiós. Ahorita vuelvo.

Todavía me quedaba un poquito de la magia del cine. Error. A menos que no tengas un camerino propio, no existe magia que valga. Sí. Que amargado. No es amargura, sino realidad.

El viaje fue corto. Cuando menos pensamos habíamos llegado al parque. A bajar todos. ¡No! ¡Despegarme del aire acondicionado! Ni hablar. Me pagaron por ser extra, –en realidad, el pago era hasta el sábado- seré extra entonces. Lástima que ese envalentonamiento fluctuase tanto en las próximas figurante-aventuras.

Al caminar por las calles vacías, prestadas para el rodaje, nuestro grupo vestido como campesino de los 60s parecía una horda zombi. Poco le faltó a Juan Pablo arrastrar los pies, pues sus botines le apretaban mucho. Un poquito de sangre en la boca, unos retoques de verde en la cara, y hubiéramos sido el azote la noche de Halloween. La carencia de maquillaje era la delgada línea que nos separaba de los muertos vivientes y los retro-vivientes.

Estacionados por todo el sector del parque, había carros de la época. Me topé con un Avispón-verde-móvil, además de fisgones atraídos por mi sombrerote de paja y los pantalones hasta el ombligo. Fuimos guiados en silencio al centro de la acción, donde ya estaban reunidos los extras rodando una escena.

Al andar con mis Converse me sentía como Marty McFly con sus Nike en el Viejo Oeste. –No puedes usar esas cosas futurísticas en 1885. No deberías estarlas usando aquí en 1955.- Como bien dijo el Doc. Brown.

Ahora que recuerdo, la compañía Converse era de principios de 1900. Elaboraban suelas para zapatos. Por los 40s ya se conocían, de seguro. No tenía porqué sentirme fuera de lugar al usar Chucks y un sombrerote de paja. Aunque desconozco si los campesinos de la época podrían costearse unos.

Por una cláusula contractual se me prohíbe relatar lo sucedido el día de filmación. Que profesional me vi. La cuestión es que sólo hice bola mientras la escena se repetía una y otra vez. Como estaba muy lejos de la acción, no pude ver bien a los actores. Al parecer, ahí andaban Michael Peña, Rosario Dawson y America Ferrera. En ese entones, no tenía idea cuán cerca estarían de mí unos días después.

Los pies me punzaban, el cansancio de estar parado minutos sin cesar rendía sus frutos. Una vez más, no tenía idea de lo que hablaba en ese momento. Hubo llamadas de atención de parte del crew hacia los fisgones y trotadores que pasaban por ahí. Algunos agotados extras se permitieron una inevitable sentadita entre cortes. Por lo menos estábamos bajo la fresca sombra de árboles.

La filmación debía continuar. “¡Arriba, todos! ¡Se les paga para trabajar, señores!” Obedecieron. La tarde caía. El otrora Sol asesino ultravioleta ahora sólo era un círculo anaranjado. Por fin me quité de encima la luz achicharrante. Hablé muy rápido, otra vez. En un tris, instalaron un potente reflector detrás de mí. Al encenderlo la realidad adquirió una nueva definición. ¡Alta definición! Y eso que no traía mis lentes.

Luego de unos aplausos interminables, varios vítores; parte de la escena; al final quedó. Ocho horas de espera, en mi caso, sirvieron para una hora y media de filmación, mínimo. Pero así es el mundo del cine. Se dio el debido agradecimiento a los extras y comenzamos la ansiada retirada.

Aunque me hidraté mucho antes de ir al parque, con el Sol asesino nada es suficiente. Moría de sed. Mi boca estaba árida y candente. Traía los labios partidos.

Nuestra marcha desperdigada fue detenida y alineada por los organizadores, mientras algunas personas se tomaban fotos con Diego Luna y el elenco. Los extras, una vez más, estábamos inmóviles en la cola, esperando. Supuestamente iríamos de vuelta al autobús. Me preocupaban mis pertenencias en la bolsa plástica.

Al estar en un parque, no es una idea descabellada toparse con algún bebedero, ¿verdad? Desde mi estática posición, indagué con la vista en rededor. A lo lejos hallé un cubo de cemento que parecía uno. Juan Pablo también lo vio. Yo quería ir, pero estaba muy lejos.

De pronto, caído de la onceava dimensión, según la Teoría-M, un tipo con un cilindro de agua en su espalda andaba repartiendo el preciado líquido a escasos metros. Fluía por bombeo. ¡Agua helada! En ese justo instante la fila comenzó a moverse. Pero no me importó. Fui directo al repartidor.

Sucedió lo peor. El Chori, que había sido tan amable antes, coartó mi libertad. Me tomó del brazo y me regresó a la fila. ¡¡¡NO!!! ¡¡Agua!! ¡Tan cerca y tan lejos! ¡Otros salieron de la cola antes que yo, están bebiendo! ¡Míralos, ¿por qué a mi no me dejas?! ¡Ahí están con sus vasos desechables, burlándose de mi sed! –Aclaro que nunca dije eso en voz alta, lo dramatizo un poquito aquí. Por lo menos, para mí sí fue un evento traumático.

Ni modo. Tendría que tomar fuerza de flaqueza sedienta. Allá vamos, desandando el camino hacia el autobús. El vehículo no se encontraba donde lo dejamos, sino en un lote baldío unos metros al lado. Ahora había dos buses idénticos. No sabía en cuál estaba mis pertenencias. Busqué en el compartimiento del equipaje del primero. No hallé nada. Quizás es el otro camión. Casi me rendía cuando alcancé la bolsa plástica allá en el fondo. Uf, que alivio.

Ya con bolsa en mano, veía cómo muchos hacían fila para entrar a los autobuses en espera de recoger las pertenencias que yacían en los asientos. En ese momento creía que, después de sacar sus cosas, nos llevarían de vuelta a La Milla.

Entre los carros estacionados en el lote baldío enrejado, varios extras se cambiaban de ropa, a plena luz de la tarde. El Chori, al vernos cargando con las bolsas y haciendo fila, nos preguntó si necesitábamos algo más de adentro del autobús. No, respondí. Entonces era el turno para devolver el vestuario.

Presentía que perdía el tiempo queriendo entrar al autobús. Ahora, ¿tendría que cambiarme en frente de todos? Que voy viendo un baño móvil de un tráiler estacionado a un lado y gente haciendo fila para entrar a cambiarse. Los extras desnudándose en público eran unos desesperados, ansiosos por irse.

No hubo más remedio que hacer fila para el sanitario. Me apresuré a romper la bolsa plástica. Revisé mis cosas, saqué el celular. De pronto, timbra. ¿Es mi papá, mamá, hermana? No. Era uno de los organizadores del casting, preguntándome si quería participar al día siguiente. Debería acudir al Holiday Inn a las 9:00 A.M.

Cavilé por un instante. ¿Valía la pena revivir todo este merequetengue mañana? Quizás fue un día pesado porque era mi primera vez, es cuestión de acostumbrarse, ¿no? Aunque cansado, acepté de inmediato. Al parecer, pocos fueron los escogidos presentes en ese momento.

En mi mente, tenía la empecinada noción de que filmarían en interiores mañana, tal vez. Días antes habían rodado en una iglesia, y también en el centro de la ciudad, no muy lejos de mi casa. Podría existir la posibilidad de ir y venir durante la grabación si me llegara a sentir mal por un golpe de calor, o recibir apoyo moral de quienes me conocen. Quién sabe.

Equivocación, tras equivocación tras equivo… ¡al infinito, pues!

CONTINUARÁ CONCLUSIÓN DEL DÍA UNO.

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