Extra Time! Parte 1

ANECDOTARIO DE UN EXTRA: DÍA UNO.

Participé como extra en la película filmada en Hermosillo, Sonora, claquetada el 30 de abril del 2012: Chávez: The Fight in the Fields. Dirigida por Diego Luna, protagonizada por Michael Peña, Rosario Dawson y America Ferrera.

El dicho: “ganado con el sudor de tu frente” nunca tuvo más sentido. Y vaya que los hermosillenses hemos sufrido una buena sudada alguna vez. Aguanté calores de 44º C. a la sombra. No uno de los más cálidos. Pero eso fue sólo el comienzo.

Para los que leen allende las fronteras, pasando mi territorio conocido, –en realidad se reduce a 106 kilómetros a la redonda, que sería mucho decir- Hermosillo es la capital del estado de Sonora, conocida como la Ciudad del Sol, ubicada en una zona desértica. ¡Es la antesala al infierno! En abril ya hace calor, pero su mero mole es en agosto. El peor mes: ardiente, abrazador; dilatador de metales y tejidos.

Mientras escribo esto, la temperatura de ayer rompió record, 48º C. ¡A la sombra! Muy importante recalcar es que ¡el termómetro está resguardado del Sol!

Al contrario del día del casting, a un costado del Hotel Holiday Inn; donde pasamos horas bajo los rayos UV; esta vez me protegió una malla Sombra de Árbol. Pero es imposible resguardarse del candente viento y el sofoco bajo un techado sin muros.

Oh. Cuan equivocado estaba de pensar que ese era un día para quejarme del calor. Ya llegarían los aterradores momentos que lo superarían.

Llegué una hora antes. El llamado era a las 12:00 p.m. en “La Milla”, ubicada a un costado del Gimnasio de la Universidad de Sonora; famoso sitio en Hermosillo donde docenas de personas caminan a diario por las mañanas y tardes en búsqueda de una vida más saludable.

Dos horas, fácil, esperé y esperé; primero sentado, luego de pie. En veces refrescado por un cooler portátil cuando la fila así lo permitía. Mientras hacía cola para las tortillas, tuve la oportunidad de ver a Michael Peña hablando con uno de los productores.

Luego pasó Rosario Dawson, ataviada de la época. Parecía una heroína, usando una blusa con el símbolo del águila del UFW, gigante, en el pecho. Me recordó al Superman de los cómics de los 40s. Sí. Un día normal en el set de filmación.

Luego transitó un gentío de extras vestidos como campesinos, curtidos por el sol, mugrosos, gracias al departamento de maquillaje. A varios primerizos, como yo, se les subieron los ánimos al verlos caracterizados con sombreros de paja, ponchos, ropas viejas de los 60s. Me antojé de disfrazarme así. Cuidado con lo que deseas, podría hacerse realidad.

Después de ilusionarme con la indumentaria, las cosas fueron perdiendo su magia. Por lo de la magia del cine, claro.

Nos dieron de comer. La verdad, no tenía hambre. Incluso pude haberme rehusado a probar bocado. Pero una cucharada de picadillo con papas, y una limonada helada, me hizo cambiar de parecer. De pronto, el calor ya no se sentía tan fatal.

Lástima por las tortillas, las cuales no quería tocar, pues no me había lavado las manos. Luego de preguntar al servidor del bufet, y recibir una negativa como respuesta de que si podía devolverlas, no tuve más remedio que tirarlas a la basura.

Momentos más tarde, nos movieron del apacible, aun así, sofocante resguardo de la sombra. Recibí la primera bronceadita gratis de escasos un minuto y medio, esperando a ingresar a unas carpas de lona emparedadas. El infierno personificado.

Mientras nos moríamos lentamente, gota por gota de vida salada escapándose por la frente, cuello y espalda, algunos estaban haciendo su, irónicamente, agosto vendiendo paletas heladas.

Algo chusco. Por fuera de la carpa, extras ya caracterizados pasaban con gruesas chamarras. Recibieron la indicación de abrigarse del frío. “Actúen como si estuviera helando”, les dijeron. Ahí andaban, cerrándose las chaquetas con todo y bufandas, metiendo las “congeladas” manos a las bolsas. ¿Qué pasa aquí? ¡Es la Dimensión Desconocida!

De por sí ya sentía desfallecer. Si me hubieran dado una chamarra, de seguro habría terminado convulsionándome en el piso por un golpe de calor. Una buena demandota que se iban a llevar los de Canana Films.

¿Lo increíble? Aunque me derretía, aún tenía líquidos extra en mi cuerpo por vaciar. Uh, sí. El baño del tráiler estaba frío, tenía refrigeración. Muy a gusto. Daban ganas de quedarme un buen rato ahí. Al salir y volver a la carpa, ya habían movido de lugar a todos. Entonces me asomé a la tienda vecina que fungía como peluquería.

Me pidieron que me sentara a esperar. Ahí estaba, pensando qué será de mí como extra en la cálida aventura cuando una mano femenina me llegó por la nuca y acarició mi cabello. “You have a long beautiful hair”. Me decía la jefa de peluquería; una señora inglesa; mientras frotaba mi melena extendida saliendo bajo la gorra.

Awkward? Podría decirse. Pero era simpática. “He needs a haircut, yeah”. De los pocos mexicanos angloparlantes, nadie quería tomar el reto de cortármelo. Tampoco los ignorantes del idioma extranjero; una vez que se hicieron explicar con peras y manzanas ante la inglesa. Mi espesa cabellera era todo un desafío. ¿A poco? A lo mejor les daba flojera.

Hasta que llegó el estilista adecuado. Después de rechazar con toda mi alma una silla hirviendo, tome otra, y él puso manos al cabello. El lado bueno, corte gratis. Aunque para pagarlo tuviera que compartir transpiraciones con el peluquero. Se oye feo, pero me refiero a que él sudó tanto como yo. Atrapados en el infierno de lona mientras me hacía un peinado sesentero.

Él no quería cortarme demasiado. La abundante cabellera correspondía con la época de las escenas del día, los 60s. Incluso me agarró con broches la melena para evitar amputarla. No la valía la pena, dijo.

Supuestamente el corte había terminado. Entonces salí de la carpa. ¡Oh, gracias a Stephen Hawking! Pero el estilista me reintrodujo para esperar a la jefa y presumirle su obra. Al aparecerse, ella insistía: “No, not quite right, yet. He needs it shorter, sides and back, also the front”. Ahora la acompañaba un colega, otro inglés. Muy alegre y vivaz. Éste traía unas largas extensiones de cabello en su mano. Pensé por un momento que me las pondrían. ¿Entonces qué caso tendría el corte, no?

Me sentaron para escudriñarme por largo tiempo. Me sentía como un POV en gran angular con las miradas clavadas en mí. No sé si chuleaban el cabello o a mí. “Gorgeous, beautiful”. Lo más probable es que haya sido la lindura capilar. El vivaz inglés decía carecer de las palabras necesarias para explicar su visión del corte. Quizás unas fotos para mostrarle al estilista podrían ayudar. “I’ll be right back. Going to see if I get some pictures”.

La fotografía llegó. Era un póster en blanco y negro con imágenes de César Chávez. Cada vez que el estilista llegaba a otra etapa de “cortedad”, esperaba el visto bueno de la jefa. Ella siempre respondía: “A Little shorter. Need more structure”. Ya le daba miedo preguntar. La inglesa iba y venía, haciendo rondas.

Le mencioné al estilista que, según la fotografía de la época, mi cabello estaba pasándose de corto. “Pero qué quieres que haga, ella me dice que le siga cortando”. Me respondió. “Ay. Es como cortar 4 cabezas”. Dijo. No es la primera vez que lo oigo.

“Y todo el esfuerzo para que los de vestuario me pongan un sombrero”, manifesté. “Ay, no. ¡Los voy a matar si lo hacen! Exclamó el estilista.

Después de varias negativas, torceduras de pescuezo, arrancadas de cabello con la plancha, capas de spray, vaselina; además de la pérdida de unos kilos a causa de la deshidratación bajo el cobertor de hule y los rayos solares que se colaban por una abertura en el techo; al regresar la jefa encontró un cabello listo y peinadito.

Listo, ¿no?; acabado, ¿verdad? No. Le faltaban detallitos. Desbarató el peinado. Indicó un poquito más de corte; qué novedad. El estilista tomó la maquinita y pulió su obra. Después de haberme peinado con sus propias manos la jefa, quedó bastante satisfecha. ¡Por fin pude irme! “Te ves igualito a Michael Peña, pero peinado”. Me decían. Aunque el propósito no era ese.

Libre cual paloma moribunda deshidratada en el desierto con las plumas en flamas. Aún faltaban varias estaciones del viacrucis diabólico. Todavía ni me vestían. Pero está bien. Es parte de la experiencia.

También viví en carne propia otro dicho: “A los actores no les pagan por actuar, sino por esperar”. Exactamente. Esperé horas, sentado, ya en la sombra, pues el sol había menguado un poco, aunque todavía hacía calor. Los organizadores de Julio Toledo Extras Casting andaban pa’rriba y pa’bajo, como siempre. Que aguante. Hablando por sus radios como agentes encubiertos del FBI.

Nos dijeron a los últimos de nosotros, como unas 10 gentes y varios niños, que si no nos escogían para participar este día, de todas formas nos pagarían. Lo importante es que están aquí, no se preocupen.

Entonces. Si el dicho antes… dicho es cierto, ¿¡eso me convierte en actor!? Mi Súper Ego sigue afirmándome eso. Bájale el volumen a tus cuchicheos, subconsciente.

CONTINUARÁ CONCLUSIÓN...

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