Extra Time! Parte 6

ANECDOTARIO DE UN EXTRA: DÍA DOS.

Participé como extra en la película filmada en Hermosillo, Sonora, México, claquetada el 30 de abril del 2012: “Chávez: The Fight in the Field”. Dirigida por Diego Luna, protagonizada por Michael Peña, Rosario Dawson y America Ferrera.

Ya encontré el patrón de mi mala suerte. Pienso positivo y se me regresa 10 veces aumentado en la peor manera. He llegado a la conclusión después de minuciosa observación.

Súper Ego: -Llorón. Eres un llorón. ¿Te paso un pañuelito?-
Yo, Autor: -Cierra la neurona. Vuelco mi corazón en el escrito.-
Súper Ego: -Povre victima. ¿La realidad es demasiado para ti? Entonces no salgas de tu casa.-
Yo, Autor: -Pues le llevo ventaja al consejo. Y pobre se escribe con “b” de BURRO. Víctima lleva acento en la “i”. No le hagan caso. Está frustrado por que él nunca podrá ser yo.-

Antes de apartarnos de la cabañita, nos sentamos un rato en un vallado que sólo cubría el frente, de altura hasta las rodillas, bastante alejado del inmueble. Los ladrillos los sentí huecos. Le di unos nudillazos. Sonó como tabla-roca. Pregunté a un tercero si advertía la falsedad también, pero los extras no andaban de humor para prestarme atención.

A pesar de traer las nuevas “botas”, los suertudos extras calzadores del 8, acarreaban colgando en sus lomos los zapatos normales. Por indicación de Luis Carlos, llevarlos consigo al área donde sería la marcha era la orden. Pero cambió de parecer, sugirió dejarlos en el suelo, luego vendrían a recogerlos.

¿Porqué traer los zapatos normales si ya no eran útiles? Quizás planeaban filmar otra escena. Pensé, por un instante, según vaga información flotante, que andaríamos descalzos. Nos tomarían poniéndonos o quitándonos el calzado. Por eso no era vital el ajuste adecuado. Eran meras especulaciones.

La cámara no rodaba todavía, y el Sol ya hacía de las suyas. Gozamos un buen rato de inactividad. Pero había llegado el momento de aguantar los rayos de pie. Llevaba mi sombrerito, por lo menos. Inclinaba la cabeza hacia el frente para protegerme la cara del Astro Rey, todo el tiempo.

Luis Carlos, agachando la cabeza hacia el pecho y cubriendo con la mano el micrófono del radio sujeto al cuello de su camiseta, al estilo FBI, se comunicó con los productores. Les informó de las escasas “botas”, la clave para la escena. No podía filmar sin ellas. Solicitó otro envío de zapatos; por que, y cito: “aquí todos calzan grande, la verdad”.

Válgame. ¿Tantos días les tomó darse cuenta? ¿En dónde creen que están? En… en... ¿¡otro lugar de México donde calcen chico!? Era como si los vestuaristas viajaran a China con un embarque de zapatos del 12. -- He perdido mucho tiempo con el podo-tema. Ya. A otra cosa. (Si es que me deja libre la cuestión)

Nos alejamos de la cabañita para que no saliera a cuadro. El sitio sí daba el ancho de estar distanciado de la civilización por kilómetros. Mirabas el horizonte a la izquierda de la carreterita, planicie total. La vista topaba con unos cerros violetas allá a lo lejos. Y a la derecha, una plantación. Nunca me enteré qué cultivaban.

Mientras alistaban el triciclo camotero, una manada de vacas pastaban en un pedazo de la plantación; encajueladas, tapándose el Sol unas a otras. Muy concentradas rumiando y fisgoneándonos. Ganado hubo, después de todo. Por desgracia, no fuimos vaqueros. Aunque vestir como Clint Eastwood lo compensaba. Claro, pasando de alto el sombrerito estilo Seamus McFly.

Una tremenda cantidad de viento soplaba, las orejas no paraban de zumbar. No podíamos oír nada en un perímetro de cinco pasos. Pancartas clavadas en varas fueron entregadas por el crew. Las alzaríamos en protesta. No tuve tiempo de leerlas debido a las fuertes ráfagas. El aire las empujaba sin piedad, convirtiéndolas en armas peligrosas.

El poncho revoloteaba como una capa de superhéroe. Aunque no se vería muy heroico el sacarle un ojo a un extra por el pesado filo del borde ondeando y latigueando sin control. Entonces agarré la tela por debajo firmemente con un brazo, mientras con el otro sujetaba mi sombrerito. Como no tenía pancarta, me libré de luchar con el viento.

No obstante, sujetar el sombrerito sí representó una batalla. Las ráfagas estuvieron insidiosas tratando de arrebatármelo. Como si un fantasma chocarrero les diera un zape, a varios extras les fueron arrancados de un jalón. Apurados correteaban los sombreros de paja; rodaron bien ligeritos, hasta meterse en los plantíos. Algunos figurantes se brincaron el alambre de púas, cuidando su entrepierna de una dolorosa enganchada.

Ojalá me hubiera tomado una foto para presumir. Aunque estaban prohibidos, muchos llevaban sus celulares en el vestuario de época, en un descuido se sacaban imágenes sin ser vistos. No obstante, aún está la esperanza de salir en pantalla grande.

En mi sombra proyectada en el suelo, el sombrerito parecía de tamaño regular. Daba una silueta de Clint Eastwood al 100%. Y los incómodos zapatos me obligaron a caminar lentamente, como si avanzara hacia mi oponente en un duelo a muerte en el Viejo Oeste.

Luis Carlos y el equipo de rodaje planearon una solución para el problema de las “botas”. Fuimos concertados de una forma tal, para que los “embotados” salieran a cuadro, y los usuarios de calzado normal quedáramos ocultos en el centro. Por qué tanta atención a los ¡méndigos zapatos! Apenas viendo la película sabré.

Nos acomodaron de manera “improvisada” para marchar. La intención: no lucir ubicados a propósito. Pues, si quieres que algo se vea espontáneo, debes acomodarlo concienzudamente, ¿no?

¡Acción, señores! Marchamos sin bulla, en silencio y ánimos calmos. No hubo indicación de lo contrario. Si estar parado era una tortura para mis pies, andar a paso lento los destruyó por completo. Apenas llevaba los zapatos puestos escasos minutos.

Nos exigían comportarnos casuales, pero cómo estarlo si nos indicaban la posición exacta. En veces nos tomaban de los hombros para situarnos en otro lugar, donde no debíamos movernos, excepto para caminar hacia adelante al oír acción.

¡Corte! ¡De nuevo! ¡A primera posición, señores! Minuto a minuto era lo mismo. Caminamos kilómetros en tan corto pedacito de asfalto. Cada indicación de rodaje que incluya “señores” al final, tengan por seguro que fue dicha por Luis Carlos. ¡Ahí va otro sombrero, uno más, otro, con sus respectivos extras correteándolos!

Por algún motivo no había mujeres. Raro. ¿Una marcha machista? Eran los 60s. A lo mejor el empoderamiento femenino no había llegado a los campesinos del sur de Estados Unidos todavía.

El Sol arreciaba, las vacas seguían rumiando, mirándonos como seres extraños, allá en la distancia, burlándose con sus ojos prejuiciosos. Malditas. Tarde o temprano acabarán entre dos rebanadas de bollo. Y las disfrutaré con cátsup.

Una polvareda titánica se alzó, directo a nosotros. Para no tragar la agresiva tierra que intentaba irrumpir en tu nariz, boca y ojos, debías voltearte. Parecía una escena de La Momia. El viento se puso psicópata cuando desclavó las pancartas de las varas. Al desprenderse, los cartones embistieron a los extras, pegándoles en el cuerpo o cabeza. Una me azotó en la espalda entre toma y toma. Me sorprendí, pero no me lastimó.

Caminar con tan enérgico aire implica un grado más de dificultad, pues traes la resistencia del viento pegándote en el pecho, aunado a la vela de barco utilizada como sarape. Ahora se les debía sujetar con las manos a los cartones, desprovistos de varas. Imposible repararlos en tan poco tiempo.

Los minutos corrían. -¡¿Quiénes son de las 6?!- Mis pobres deditos del pie ya no aguantaban. -¡¿Quiénes llegaron a las 9?!- Paren, por favor. -¡¿Quiénes son el grupo de las 6?!- Repetía sin cesar Luis Carlos. Ahora nos movían basados en la hora de arribo. Nos cambiaban de posición constantemente. En veces me tocaba en medio, luego a un costado. ¿Y la continuidad? Quién sabe. A ellos no les importaba, a mí tampoco.

Un pick-up de los 60s hizo su aparición a sordas. Se estacionó en la carreterita metros antes de nosotros. Al momento de gritar acción, recorrió esa distancia para frenar antes de llegar a la manifestación marchante. Debíamos abrirle cancha para permitirles dar vuelta y retroceder a la primera posición en cada corte. Desconozco si salió mucho a cuadro, pues fue filmada corto tiempo.

Docenas de dolorosas regresadas e idas después, arribó una van con mujeres. Rápido las incluyeron entre los manifestantes. Nos movieron de posición de nuevo. Pidieron a los de atrás irse para adelante, sin distinción, pero luego fueron más específicos, querían solo a los altos. Ahí voy hacia el frente.

Filmaron una toma desde la parte posterior, justo cuando me quité de ahí. Después la cámara fue hacia adelante, pero me devolvieron para atrás. La fama me huye. ¿Y los zapatos normales que tanto cuidaban de salir a cuadro? Ya no importa. Los extras nunca sabemos nada, somos borregos; no, cansados peones movidos en un tablero de ajedrez.

Arbustos rodantes cruzaban la carreterita, hacían juego con mi look de Eastwood-Menonita, pero los sacaban del encuadre. Pancartas incontrolables, sombreros-proyectiles estrellándose en las frentes; picando ojos; y ahora faldas picaronas levantándose por el ventarrón, persistieron durante el día de filmación.

La cámara era limpiada entre cada corte con aire comprimido. El Sol pasó a tercer plano, por así decirlo. El viento creó un campo de fuerza temporal que impidió carbonizarnos en carne viva. Eso pensé en el momento.

Divisé varias veces a un gringo alto con una cámara análoga de rollo apuntándola hacia mí. Quizás habría la posibilidad de salir en el póster de la película, o en el material gráfico interno, como en un periódico que los personajes podrían leer, en volantes, o en un cameo estático en un noticiero. ¿Debería cobrar extra por eso? Mi imagen es copyright, firmé el contrato. Ah, no. Era para ceder mi alma. De todos modos ya está apartada.

Dos horas, más o menos, duro y dale. Volviendo, yendo, volviendo, etc. -Corte. De nuevo, señores. Qué les pasa. Actúen con naturalidad. No se queden directamente detrás del otro. Háganse a la derecha o izquierda de quien esté enfrente.- Decía Luis Carlos en repetidas ocasiones. Las vacas se aburrieron de vernos, cuando volteé ya no estaban.

Avisaron de un aliciente para animarnos a soportar los últimos minutos, y tal vez “actuar” mejor: la hora de comer se aproximaba. Como a un perro tentándolo con una croqueta para impulsarlo a realizar sus gracias, de esa manera seríamos recompensados. Exagero, puede ser, pero dado que la paga era mucho menos sustanciosa que los actores secundarios del reparto terciario, así fue como lo sentí.

Algunos extras vitorearon, a otros su desaliento fue mayor que el festejo. En especial las mujeres, pues había quienes estaban desde las 6:00 A.M. Repetimos la escena una millonésima vez. Al llegar al corte final, ¿hubo agradecimiento? No. Tampoco lo requeríamos. La jornada de rodaje continuaría.

Dos vanes llegaron por nosotros. Regresamos a la Zona Cero. Al bajar del vehículo, mi andar no era natural. Me vi forzado a caminar con los talones. Nos informaron que debíamos permanecer con el vestuario un rato más.

De inmediato nos dirigimos al comedor cubierto por un alto toldo. Recién al llegar en la mañana, los extras traídos más temprano que nuestro grupo, presumieron haber desayunado. Se compadecieron de quienes habíamos venido tarde a la comilona.

A mí nunca me importó la comida, no tenía hambre. Sin embargo, hice cola, esperanzado en beber algo restaurador. Ojalá, pensaba, grabáramos en interiores la otra ronda. Sentía un peso menos de encima al haber terminado de filmar la marcha eterna.

Del bufet #1 no podíamos tomar nada, pues era reservado para el crew: actores, productores; no extras. Tenía las manos sucias, igual que la vez anterior. ¿Cómo lavármelas? Estaría obligado a abandonar la fila para eso, pero no estaba dispuesto a perder mi lugar. Deseaba sentarme y descansar mis pies.

Fue mi turno en el bufet #2. Me sirvieron picadillo con papas, frijoles y un poco de arroz rojo. Justo un momento antes del banquetero poner las tortillas en el plato, me negué cortésmente. No iba a desperdiciarles como ayer. Como bebida, sirvieron una no satisfactoria limonada medio insípida.

Busqué una mesa; todas estaban ocupadas. Allá se encuentra una, al extremo colindante con la carpa de vestuario femenino, donde el toldo ya no protege del Sol. Ni modo. Al parecer, era ocupada por el personal, pero como ardía por la calidez solar, le sacaron la vuelta. Excepto por un sujeto, portador de un radio en su cintura. Me dispuse a comer con el Astro Rey pegándome en la nuca. El sombrerito me protegerá, pensé.

Mientras comía, noté una bolsa plástica colgada en uno de los pilares tubulares del toldo. Atraía moscas en demasía. Era una trampa comercial, no una simple bolsita transparente llena de agua. Discúlpenme, pero nunca había visto una; así de grande, no. La describiré.

Adentró tiene un líquido parecido a la miel. Las moscas entran pero no salen. Cientos de ellas flotaban en la sustancia, muertas, otras intentaban escapar sin éxito. Parecía el único tipo raro que le había llamado la atención dicho artefacto de muerte.

Aunque la trampa debería haber sido colocada 15 metros de distancia del comedor, porque las moscas, atraídas por la miel falsa, confluyen exacto en el lugar no deseado. Ya encaminadas a su muerte, pasan por la mesa del bufet para zamparse su última cena. Una falla en la estrategia de quien la haya colgado.

Después de la comida, fui a la carpa de vestuario por mi celular, el cual explícitamente te piden no llevarlo a la filmación. Luego volví al comedor a servirme un líquido rojo, parecido a jugo de cereza, salido de una hielera-recipiente de Gatorade. Sabía a Electrolit. Tampoco me satisfizo, aunque me serví repetidas veces.

¡¡¿Dónde está el Gatorade?!! ¡¡¡¿Dónde hay una Coca-Cola, Pepsi, o un Root Beer?!!! ¡Por el amor de Hawking!

Mientras buscaba asiento en los alrededores de los salones, un extra; muy preocupado, y picándose el oído; se acercó al Tatuado y a otro organizador, el “Patas”. Éste siempre traía un pañuelo azul claro debajo de la gorra; la tela cubría su cabeza como un faraón egipcio. El mortificado figurante era el célebre “Shaggy”, como le apodó el crew del casting. Según por que se parecía al dueño de Scooby-Doo.

Shaggy fue muy famoso en el set. Todo mundo lo conocía y lo saludaban como si fueran grandes amigos desde tiempo atrás. El Tatuado y el Patas le hablaron algo sobre un doctor. No presté mucha atención. Le indicaron al célebre extra dónde estaba la enfermería. Ignoraba que había una en los campos agrónomos.

En ese momento no supe de qué padecía. Pero el Shaggy se veía muy sonriente para andar deshidratado o sufriendo de un golpe de calor.

Me senté a un costado de un salón, en una saliente de concreto. Desde lejos veía al personal realizando el nutriente ritual como un explorador de National Geographic. Alimentándose con distinta comida, mejor a la nuestra, diría. Después de todo, somos los extras, lo comprendo.

El lugar donde me senté era muy incómodo. Por ahí pasaba una tubería de electricidad. El poncho me resultó útil; lo doblé y usé como cojín. ¡Los zapatos! ¡Rápido, qué estás esperando! ¡Quítate los zapatos! Gritaba mi cerebro en representación de mis pies. Así lo hice. Ni siquiera los desaté. Al fin me despojé de la tortura física. OH, ADORADO SEA EL COLISIONADOR DE HADRONES.

Pude juguetear con mis deditos, estirarlos y, lo más importante, ¡¡sentirlos!! ¡Cómo pueden, mujeres, por el amor a sí mismas, torturarse al usar zapatillas tan incómodas! ¡Escogidas a conciencia! Yo no tuve remedio, pero... ustedes... ¿Les gusta autoflagelarse? ¿Sabían que calzar tacones altos deforma los huesos? De los pies, piernas, cadera y columna. Sí, están enteradas, pero les da igual. El placer de verse bien. Aunque sea por una noche.

Estaba muy a gusto tomándome el líquido rojo cuando, de pronto, pensé: Ando en el monte, donde existen muchos bichos, además de lugares donde podrían esconderse. El saliente donde me senté tenía un boquete debajo, y alrededor había zacate silvestre, además de hoyos en la tierra. O debería decir: ¡¡Madrigueras de serpientes!! Víboras reptando por ahí, sin mi consentimiento. Por si acaso, subí los pies como un niño temeroso.

Luis Carlos llegó con la intención de reunir a todos los desparpajados. Chin... Ando descalzo, esperen, esperen. Medio me los puse, desatados, y caminé de puntitas. Auch, auch, auch, auch. El llamado aún no era, pero nos congregó antes de tiempo para estar listos en el momento de la verdad. ¿Por qué tanta prisa, pues?

¿No podemos tomar un descansito sin recibir órdenes? Entiendo las presiones de la filmación pero, calma, tranquilo. El viento no nos llevará como si fuéramos papalotes. Suéltale un poquito al mecate.

Abandoné el arriesgado sitio de descanso, nido de víboras. Me acerqué a los yucatecos, atrás de la carpa de vestuario. Me senté un rato en la acera. Reflexioné un momento de las vivencias del día. Hoy no hablé con nadie, al contrario del primero, donde platiqué con varias personas, encantadas con la idea de ser extras. Hasta ese instante, ningún figurante, organizador o vestuarista, entablamos más de dos oraciones seguidas.

Esperamos un buen rato. 45 minutos, mínimo. A ver, porqué tanto apuro de congregarnos; arrancarnos de nuestra libertad ociosa. De repente, el Patas se aproximó detrás de mí. Me tocó la espalda mientras estaba sentado para preguntarme mi estatura. 1.83, le respondí. Luego partió. ¿Qué traía entre manos?

Según yo, no mido menos de 1.80. Pero hace unos días, asistí a una recepción de solicitudes para una capacitación en una fábrica de carros. De ahí salí con 1.79. Me tacharon el dato en el formulario y sobrepusieron su medición in situ. ¡Son mentiras! ¡Es un complot, quieren ocultar la verdad!

Volviendo al tema. Seguí esperando y esperando. En silencio, sin contacto visual con nadie. De súbito, de entre los guardarropas ambulantes, el Patas volvió: -Este tiene que ser, este tiene que ser. No hay otro.- Apuntando hacia mí. A menos que me acusen de algún crimen no cometido por mí (no veo a nadie con finta de judicial) acepto ser la persona que ellos quieren que sea.

CONTINUARÁ...

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