Extra Time! Parte 5

ANECDOTARIO DE UN EXTRA: DÍA DOS.

Participé como extra en la película filmada en Hermosillo, Sonora, México, claquetada el 30 de abril del 2012: “Chávez: The Fight in the Field”. Dirigida por Diego Luna, protagonizada por Michael Peña, Rosario Dawson y America Ferrera.

La ruta dentro del Campo Experimental del Departamento de Agricultura y Ganadería de la Universidad de Sonora (Apa titulito) es prolongada. Hay una carreterita extendida por todo el complejo.

Fácil podrían filmarse encarnizadas escenas de persecución con balaceras, incluido ‘centrifugosos’ volcamientos donde el carro, luego de cinco minutos en el aire, sacaría chispas al estrellarse en el pavimento, que acompañado de una fuga de gasolina, provocarían una espectacular explosión. ¡¡KA-POW!! (BUM traducido al inglés luce más interesante)

El protagonista saldría disparado por el parabrisas en medio de una gigantesca bola de fuego que se extendería por los aires, y luego -- luego…

Bueno, la idea es esa. Se evitarían la solicitud de muchos permisos al municipio, supongo, por ser un lugar cerrado al público. También sería perfecto para filmar aterrizajes de OVNIs por la noche. Ficticios, por supuesto.

A propósito, hay una anécdota sobre OVNIs durante las extra-aventuras en los campos experimentales días posteriores. Un conflictillo entre dos extras y yo. Nada importante. Pero es parte de la experiencia, y vale la pena ser contada. ¿En dónde estaba?

Descendimos de la van en el punto de encuentro, o Zona Cero, como me gusta llamarle. Los primerizos extras en terreno desconocido echamos un vistazo alrededor. Había medio oído algo sobre vaqueros. ¿Seríamos ganaderos hoy? Por más que indagué con la mirada no hallé ninguna vaca o caballos.

Pero sí había muchos tráileres, además carpas emparedadas y toldos de lona, uno de ellos fungía como comedor. Dimos un escaso recorrido de metros, pero tal cual amos controladores de su perro fiel, nos llamaron la atención. Íbamos errados, en dirección opuesta a la Zona Cero. Entonces fuimos dirigidos hacia una apacible sombra compuesta por varios yucatecos.

¿Nos resguardamos bajo la sombra de altísimos integrantes de un equipo de basquetbol originarios de Yucatán? No. Así llamamos al árbol Ficus microcarpa por estos lares. Nos sentamos en las aceras en torno a los salones universitarios, en medio de las cajas de tráileres y guardarropas ambulantes con vestimenta de los 60s y 70s.

Luis Carlos nos dio la bienvenida; un organizador de los extras, quien siempre vestía una gorra, lentes oscuros, un pañuelo amarrado en el cuello, además de shorts bermudas color caqui con amplias y colgantes bolsas. Si su nombre es incorrecto lo corregiré después.

Pasaríamos a peluquería por un retoque, nos informó. Quizás una rebajadita de cabello o una rasurada rápida. Los recelosos de perder su linda cabellera no debían temer, según dijo. Sería cualquier cosita. Tomé la palabra, me puse como ejemplo del ligero “arreglo”. Les mostré cómo quedé, nada de melena, y vaya que la traía crecida. El nerviosismo de los Sansones de pronto se acrecentó.

-¿Qué tan largo, más o menos?- Preguntó Luis Carlos. ¿Por qué tanto empeño de preguntar las longitudes de tu cuerpo? Como ejemplo, señalé la amplia mata de uno de los extras, la cual rebasaba su nuca. El organizador no dijo nada. Quizá para ellos sí fue un error habérmelo cortado. Pero ni modo. ¿Qué pasó con el “A little shorter”? Quién sabe. Algunos doblaban la largura de mi melena. Decisiones caprichosas de los jefes a cargo.

Las maquillistas y estilistas vinieron a echarnos un vistazo para calcular cuánta hojalatería y pintura nos aplicarían. Luego de dar unas asentidas se retiraron.

Después de largos minutos de espera, fuimos llamados a vestuario. Una señora de gafas de marco grueso me hizo la directa pregunta: -¿De cuál calzas?- Doce, respondí, aguardando la predecible reacción de sorpresa. Efectivamente, le fue difícil de creer. Los provenientes del área metropolitana desconocen que en el norte somos patones. Hay gentes del trece o catorce por aquí. Si son tan cosmopolitas como dicen serlo no deberían asombrarse.

Me fijé en un extra de tenis grande junto a mí; dijo ser del diez. La vestuarista de gafas seguía incrédula. -¿A poco tienes más grande el pie que él?- Puse mi pie junto al tenote, y pues sí. Le rebasé la punta. Era más estampa que calzado. ¿Suficiente de comparativas, las evidencias fueron satisfactorias? Al parecer estaba preocupada en hallar un par de zapatos de la talla.

Mientras tanto, otro vestuarista, que siempre vestía una camiseta negra, calculó con la vista mis tallas. Lo acompañé a buscarme una camisa en el guardarropa ambulante. La encargada de gafas me trajo unos viejos zapatos de charol marchitos. Lucían bien, con el look adecuado para la época. Sería un honor ponérmelos.

El vestuarista “Juanes”, por lo de la camisa negra, me dio la ropa necesaria. No obstante, los zapatos marchitos de charol no le parecieron correctos. Me hizo seguirlo a una caja llena de calzado. Rebuscó hasta encontrar 2 del tipo de trabajo pesado. Traté de probármelos, pero no conseguía desamarrar un abultado nudo que unía al par. Él sólo tiró del cordón, y la ensortijada atadura se deshizo.

Oh, tan simple. Cómo iba a saber el truco, soy un extra nuevo, ando en otro canal. La carencia de habilidad para desatar el nudo no demuestra nada, ¿eh? Juanes. El zapato ni siquiera tenía boca suficiente para que entrara mi pie. –Desanúdalo un poco.- Me sugirió el vestuarista. Necio, no me va a quedar, lo sé.

Al introducir todo el pie, lo sentí apretadísimo. Entonces, Juanes aconsejó probarme el otro par. Así lo hice. Tenían un poco más de espacio a los costados y la punta, podía mover los dedos ligeramente. –Estos no están tan apretujados como los otros.- Opiné. Según el vestuarista, lo anterior dicho significó el visto bueno de parte mía. Me dejó los zapatos.

Subrayo, nunca dije sentirme como en las nubes al usarlos, hice una comparación con los otros; estos estaban menos apretujados, cualquier cosita. Sin embargo, pensé: es sólo un momento, podría aguantar. No me canso de equivocarme.

Llegó el momento de ponerme el vestuario. Entré a una carpa donde otras 8 personas se vestían al mismo tiempo. Oh, no. Ya va a comenzar la sauna. Acapararon los mejores lugares. Me vestí de pie, incluido la quitada de mis Converse y la puesta de los zapatos de trabajo.

¿Tienen idea lo difícil que es vestirse sin un lugar dónde apoyarte para quitarte los pantalones en medio de 8 sudorosas gentes; mas no apestosas, aclaro; en paños menores ocupando todo el espacio? La carpa era asfixiante. Quizá no tanto como las saunas retretes del otro día, pero vaya que le pisaba los talones.

Listo. Salí del vestidor. ¡¡¡Oh, aire!!! Inhala, olvida exhalar, tú respira. Fui al toldo donde estaba un asistente de vestuario esperándome con un poncho verde estilo Clint Eastwood. ¿No que no? Ayer andaba muy soñador ansiando vestir como de la época. ¡Ándale mi ‘jito! Cuidado con lo que deseas.

¡No! Lo temía. Con el inmenso y pesado poncho me moriría de calor. Traía adherido en el pecho con alfiler un parche con el águila del UFW. Me pusieron el sarape encima. Picaba. El asistente notó que el cinto se había pasado una presilla. Para futuras referencias, tomemos nota de este detalle. Muy perfeccionistas, ¿no?

La presilla ni siquiera se vería bajo el poncho. Me hicieron quitarme el cinturón para volver a ponérmelo. El asistente me ayudó tomando manos en el asunto. Al mismo tiempo, me enjaretaron un sombrerito de paja con un parche de la virgen de Guadalupe pegado al frente de la corona. El méndigo sombrero no me entraba en la cabeza. Se los hice saber, pero nadie escuchó. El ayudante del vestuarista me recomendó quitarme el sarape y colocármelo al empezar la filmación.

Parecía un menonita. Siguiente parada: maquillaje. Ingresé a la carpa contigua al vestidor. Me senté un rato hasta llegarme el turno de ser hojalateado. Una ligera peinadita, pues ahora sí sabían que llevaría sombrero. Una delgada maquillista advirtió mi pálida piel, bastante anémica para ser un curtido campesino. Entonces, me coloreó el rostro con pintura roja, aparentando estar quemado por el sol.

Por qué tanta prisa. Unos minutos más y hubiera adoptado mi nuevo matiz carbonizado naturalito. En ese momento, retenía invicto mi pálido color amarillento, pues había evitado exitosamente el contacto con el Sol como un vampiro. En Hermosillo es muy saludable encerrarte en casa, o en un carro con vidrios ahumados y refrigeración. Que vitamina D ni que ocho cuartos. No debes salir desde las… prácticamente todo el día hasta anochecer. Es un toque de queda permanente.

Frente a mí, una bella extra campesina; vestida en un largo vestido cafecito con florecitas; estaba siendo ensuciada de las piernas por una joven maquillista gringa con una esponja empapada en “mugre”. Ella quedó lista, ahora era mi turno de emporcarme los brazos para que coincidieran con mi nuevo rostro tostado.

Observación masculina: Uno podría haberse quedado más tiempo del necesario en maquillaje, pues la vista no era para nada desagradable. Eso y porque tenían cooler portátil.

Esponjeando, la, la, lá, por en el antebrazo, la, la, li, lá, lá, codo, ta ra, ta, tra la lá, dorso de las manos; tan, tan. La obra de arte, o sea yo, estaba lista. Ahora era momento de brillar. Al dirigirme a la salida de la carpa, me topé con la señora inglesa, jefa de los estilistas. Al parecer me reconoció, pero no lo hizo muy evidente. ¿Se habrá arrepentido de cortarme el cabello que tanto chuleó? Apenas el bosón de Higgs lo sabe.

Una vez afuera, nos formamos dando el flanco derecho al Sol. Ah, rayos calientitos; ya los extrañaba. (Sarcasmo) Era el pasatiempo favorito de los organizadores. Si no te ponían innecesariamente a la intemperie quemándote con los destellos infernales, por lo menos 15 minutos, no recibían paga.

Supuestamente hacíamos fila para recoger unas “botas”. Según el vocabulario de los organizadores, no eran más que calzado de trabajo. ¿Cómo los que yo ya traía? No. De alguna forma eran diferentes. Cafés, sepa la fregada.

Un solitario zopilote nos sobrevolada, esperando a las insoladas víctimas caer vencidas para poder carroñarlas. -¡¿Quién es del 7?!- La voz de Luis Carlos se oía de fondo. Nadie respondió afirmativamente, por ende, ese número no era calzado por ninguno. Prosigo. Señalé la presencia del ave, mencioné que representaba un mal augurio. Todos rieron. Un figurante dijo que no era un buitre, sino un halcón.

-Peor tantito; esos sí atacan.- Dije. Llevábamos los pantalones subidos hasta las costillas. –¡¿Quién es del 7?!- Seguía preguntado L.C. mientras él y otros asistentes sacaban las “botas” de la caja de un tráiler. Un extra mencionó sentirse muy incómodo con el talle tan arriba. A mí no me importó, al contrario, era un confortable soporte a los costados. Quizás por que mis oblicuos carecen de tono.

-¡¿Quién es del 7?!- Continuaba L.C. Algunos extras se probaban las “botas”, yo seguía esperando. ¿De qué servía la fila si según el número las iban entregando? -¡¿Quién es del 7?!- Nos mirábamos entre nosotros. Nadie es del 7.

El calor aumentaba. Aunque todavía no traía el poncho puesto ya estaba sudando profusamente. Sentía la piel asarse. Por cierto, las “botas” lucían nuevecitas. No checaban con la vestimenta desgastada de los campesinos. -¡¿Quiénes son del 7?!- Seguía gritando. Nadie, ya había quedado claro.

Entonces, ¿por qué nos hicieron probar calzado apretado si nos iban a dar botas? –A ver, señores. ¿Quiénes llegaron a las 6 de la mañana?- Preguntó L.C. Pocos levantaron la mano. -¿Quiénes llegaron a las 9?- Yo entre ellos. -¡¿Quiénes calzan del 7?!- Nadie, ya dijimos. El halcón seguía planeando mientras los zapatos eran entregados a algunos cuantos.

Por qué no bajaron el calzado del tráiler y lo pusieron bajo la sombrita. Hay mucha allá, donde el Sol achicharrante no pega, ¿saben? Podríamos estar muy a gusto… -¡¿Quiénes son del 7?!- ¡¡¡Oh, con una chin…!!! ¡¡¡NADIE ES DEL 7, POR EL AMOR DE HAWKING!!! ¡¡¡¡SÍGUELE CON UN MÉNDIGO NÚMERO MÁS ALTO!!!! Daban ganas de gritar.

Paciencia, respira profundo, calma, tranquilo. Si asesinas a alguien no te van a pagar. Luis Carlos preguntó la talla a cada uno, todos éramos del 8 en adelante. Cuando dije 12 ya ni siquiera prestó atención. ¿Acaso detecté negación en querer aceptar la terrible noticia de que carecían de suficientes “botas” para la escena?

No estoy seguro, pero a lo mejor fue un balde de agua helada para ellos, no tener la utilería precisa. Una cubetada fría en la cual ansiaría sumergirme. Ni modo, no hubo para todos. Entonces, esperamos una van para llevarnos al sitio de filmación.

Tomar un vehículo para trasladarnos significa que debe ser una larga distancia, pensé. ¿Un kilómetro, por lo menos, de viaje adentro del complejo? Ya en la van, pasamos una caseta con la pluma levantada. Nos fuimos por una carreterita. Al suspirar hondo para embarcarme psicológicamente en el largo viaje, ya habíamos llegado. Are you freaking kidding me?

La van se detuvo de inmediato, a escasos 100 metros, si no es que menos. Nos tuvieron como 20 minutos en la fila de las “botas”, más 6 esperando el transporte ¿para esto? Pudimos tostarnos esos seis minutos o menos caminando.

Ni hablar. Nos detuvimos frente a una construcción que lucía como una cabaña en medio de la nada. Era una estación de gasolina ficticia, fungía como imprenta también. Tenía bombas falsas, pero no estaba seguro si todo el inmueble era de mentira o había pasado por un cambio de look radical, siendo propiedad de la Unison. Filmaban en el interior, debíamos guardar silencio.

¡Maldito Sol de los mil demonios! Bueno, exagero, tal vez a unos 745. No obstante, todo el día estuvo prendido un reflector iluminando el interior de la cabañita a través de una ventana. El viento soplaba, bajando la temperatura a la intemperie, suficiente para calmar al astro rey y no sudar.

Oh, oh, oh. Ahí viene el equipo de filmación, la cámara, los asistentes del director. Volteo para todos lados, pero no veo a Diego Luna. De seguro debe ser una segunda unidad. Nos indicaron avanzar más, alejándonos de la cabañita. Tendré el privilegio de ver una grabación en primera fila. ¿Qué tipo de técnicas profesionales usaran para…? ¿eh?

Un triciclo camotero se aproxima por la carreterita. Okey, okey, era un triciclo de carga. Arriba iba montada la cámara en un trípode. Lo usarán como dolly. Está bien, es un método respetable. Tiene llantas y una caja donde poner el equipo de filmación.

He visto en los bonos extras de los DVDs al equipo de rodaje usar sillas de ruedas para tal fin. Qué importa. Lo que vale es el corazón puesto en las tomas y en la actuación de calidad.

Entregaría el corazón en mi performance, aunque saliera 0.5 segundos en pantalla. El empeño me causó un ataque cardiaco que se irradió a los pies, porque, ah, cómo se me bajó el amor al arte al dar pasitos con unos zapatos dos y medio números menores a mi talla.

¿De qué trataba la escena? Redoblen tambores… Marchar.

CONTINUARÁ

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