Extra Time! Parte 7

ANECTODARIO DE UN EXTRA: DÍA DOS

Participé como extra en la película filmada en Hermosillo, Sonora, México, claquetada el 30 de abril del 2012: “Chávez: The Fight in the Field”. Dirigida por Diego Luna, protagonizada por Michael Peña, Rosario Dawson y America Ferrera.

Serénate, calmado el venado. Un poco de amor propio, caray. ¿Muy suplicante? Nada termina bien cuando un hombre se arrodilla ante la decisión de otro. Me dejé llevar por el momento.

A poco no son requete-sabidas las historias de célebres actores, y los no tanto, a los cuales les cambió la vida un escogimiento parecido: “Tú, tú eres a quien necesito para remplazar el rol de actor de reparto con disentería”. O la otra anécdota de un tipo acompañando a su amigo a un casting, en donde a un productor o descubridor de talento le llama más la atención el acompañante que el pobre camarada ilusionado por el estrellato.

Quizás mi estrellato empiece así. Ir a un llamado de casting cuando en realidad es un reclamo de mi verdadera vocación. - Este tiene que ser, no hay otro. Necesitamos a alguien que se vea latino. - Le decía el Patas a Luis Carlos. Pero el último negaba con la cabeza, no estaba convencido. Segundos después, ambos se retiraron, totalmente disuadidos de haber puesto sus ojos en mí.

Una vez más volé muy cerca del Sol. Como diría Craig Feldspar, de Malcolm in the Middle.

El momento de ascender al estrellato me fue negado por los Astros. ¿¡Por qué!? Según recuerdo, necesitaban a alguien alto y fornido que diera el gatazo como guardaespaldas; pero no di el ancho.

Hora de volver a las trincheras. La van nos llevó a la ya conocida carreterita. En tanto, en la cabaña todavía filmaban. El viento no aminoraba; el Sol, un poco ya, pues atardecía muy despacio. Nos acomodaron rápido. Ya todos sabíamos nuestras posiciones. Los marchantes portadores de carteles tomaron sus respectivos cartones sin mangos y comenzamos a caminar.

El dolor regresó a mis pies y deditos. Memoria de Flagelación, le pondría a la sensación de saber perfectamente dónde recaería la punzante tortura en mis tiernas e inocentes patitas.

Hicieron una toma en donde todos dábamos las espaldas, incluyeron un zoom; me imagino; a la parte posterior de los zapatos. Sí, las no-“botas”. El director en turno nos dio una indicación de actuación, una motivación de personaje muy jocosa. “Estos campesinos vienen muy cansados de caminar cientos de kilómetros, véanse muy fatigados. Que se note en sus caras y pasos pesados”

Citaré al personaje llamado Ortiz, de Speed o Máxima Velocidad, cuando Jack, Keanu Reeves, les dice a los pasajeros del autobús que actúen cansados mientras la señal de video de la cámara, detrás del retrovisor, graba para repetirla en un loop: “No será difícil”.

Los dedos de los pies los tenía enrollados. Ojalá me hubiera cortado las uñas. Como iba a lo último de los marchistas, me han de haber tomado los zapatos. Quién sabe, a lo mejor reconozco el calzado torturador en pantalla.

Atardecía gradualmente, las nubes se pintaban de colores naranjas y púrpuras. El Sol eterno y asesino se metía en el horizonte, por fin. Si algo he de agradecer en la figurante-aventura de hoy, fue el bonito ocaso; además de la oportunidad de burlarme del astro en su cara. - ¡Ja, ja, já! ¡No me venciste! ¡Mírame, aquí estoy de pie, intacto! Ojalá no hubiera dicho eso.

En un descanso a la orilla de la carreterita, Luis Carlos seguía dando indicaciones de cómo nos reacomodarían en la siguiente toma, según las “botas”. No, no otra vez. Pero ya no las nombraba así. Recuerdo vagamente, creo que les llamó zapatos.

“Los que traigan zapatos que les hayamos dado en utilería, den un paso al frente”. Entonces yo avancé, pues mi calzado era prestado, a diferencia de otros extras quienes ya los traían desde su casa, pero yo no lo sabía, aún. “No, esos zapatos no, de los otros”. Perdóneme por hacerle perder el tiempo y no comprender tan incisiva indicación.

Hasta aquí llegó la descansada. Reacomodaron a algunos extras, yo permanecí en la misma posición. A punto de comenzar la toma, Luis Carlos pasó entre nosotros cuando vio de reojo a un señor maduro con lentes graduados puestos, sujetando un cartoncito con alguna leyenda huelguista. Sorprendido, y un poco inquietado, abordó al portador de gafas. Le ordenó quitárselas, pero el figurante marchante no dio su brazo a torcer.

En un momento de lucidez afligida, Luis Carlos dijo: - ¡No me diga que siempre los trajo mientras grabábamos! - A lo que el señor respondió: - Me tapaba con el cartón, así (cubriéndose el rostro con el cartoncito). - Oh, no. Para el organizador de los extras fue como si le cayera otro balde de agua helada. Aunque en circunstancias de terror calorífico como esta, tal remojón frío, él no lo ansiaba. Sus ojos reflejaron decepción y una profunda impotencia.

L.C.: - ¿Qué tanto necesita los lentes? ¿Los necesita para caminar?
P.G.: - Sí.
L.C.: - Ah, bueno. Entonces ya no puede seguir. Vaya a sentarse a un lado.

Luis Carlos lo tomó del hombro amablemente, aunque con un poco de brusquedad desesperada. Quiso apartarlo de la muchedumbre, pero el señor no se dejó. Hubo un intercambio de estira y afloja. Al final, el portador de gafas aceptó que sí podía quitárselos. El organizador de los extras no quedó muy convencido, quiso cerciorarse de semejante afirmación. El otro insistía en que sí, se despojó de ellos. Entonces, Luis lo dejó ser y se marchó.

Apenas se alejó diez pasos cuando el señor se puso los lentes de nuevo y se tapó la cara con el cartoncito, mientras se volvió sonriendo hacia los demás extras, incluyéndome. Ah, cómo le gusta la fregadera a la gente. Parecieran odiar recibir indicaciones. Entonces, ¿para qué están aquí?

Yo nunca odié recibir indicaciones, solamente me quejo de las cosas que no me cuadraron. Mis pies no aguantaban más, lo juro. Entre cada corte debía sentarme en el pavimento para golpear los talones en el suelo. Me dolían las piernas hasta la cintura.

Soplaban aire comprimido constantemente a la cámara. Había mucho polvo en el ambiente. Acción, avanzábamos; corte, retrocedíamos. Una y otra vez. Aunque el Sol había aminorado, aún nos acechaba. Cuidado, no hay que confiarse.

Nos avisaron despojarnos de los sombreros. Como dije antes, aún hacía Sol. Aquí las tardes son eternas y potentes, todavía. Ahí andábamos, ahora caminando sin ninguna protección. El astro nos daba justo en los ojos, apenas veíamos a dónde íbamos.

Cambiaron de posición los aparatos. Es probable que aparezca en las siguientes tomas, pues pasé mucho frente a la cámara. Aunque la edición es traicionera. En el ínter del intercambio de emplazamiento, el equipo técnico reconoció un problema. Por lo menos eso deduzco de lo que atestigüé.

Nunca supe qué pasó. A lo mejor, todo el material filmado antes de la comilona; y después, lo recién grabado; no servía. ¿Todo salió mal? ¿Los extras no fuimos lo suficientemente buenos? ¿O alguien más es culpable? Esto explicaría por qué rehicimos todo. Es decir, comprendo el repetido re-acontecimiento de los eventos durante una filmación, pero se me figuró que lo hacíamos para arreglar algo irremediable. El crew entero lucía muy desangelado.

- ¡¿Qué les pasa?! - Nos repetía Luis Carlos mientras rompíamos filas para descansar. No sé, ¿a ustedes qué les pasa?, digo. Una de mis teorías es que él fue o es maestro de escuela. Pues le encanta repetir cosas sin aburrirse.

Aprovechamos la pausa debido al problema desconocido. Fuimos a refugiarnos bajo la única sombra disponible, una palmera escasa de carnes. Uno del crew se llevó la cámara a la cabaña, para revisar lo grabado o recibir el visto bueno de Diego Luna, me imagino. Los cansados extras esperamos sentados en la angosta línea de sombra.

Ni siquiera podías sentarte en la tierra por la cantidad de mochomos grandotes rondando los zapatos. Tuve que acuclillarme; puedo pasar bastante tiempo así sin cansarme. Serán figuraciones mías, pero muchos son aprensivos con la semi-posición de aguilita. No puedo ser el único a quien se le ha sugerido buscar una silla o tomar una pose diferente. Consejos dados en mayor medida en esa postura que estando de pie, o recargado en la pared en cualquier sitio.

Mientras los y las extras charlaban, yo me alejé de la convivencia; como de costumbre; a un costado de la palma. El señor de lentes se aproximó para sacarme plática, pero yo estaba tan distraído por el cansancio que fui incapaz de hilar palabras coherentemente. Dije algo sobre la indicación de quitarnos los sombreros, aun cuando hacía Sol.

El señor se retiró. De nuevo en mi soledad, recogí un alambre del suelo. Jugué con él hasta convertirlo en un zigzag curveadón. Me entretuve un buen rato. Lo dejé como radiador de la parte trasera de un refrigerador. Luis Carlos se cansó de esperar bajo el Sol, y se vino a tomar la sombra junto con nosotros, en silencio, muy cerca de mí.

Dejé el zigzagueo artesanal a un lado. Luis Carlos tenía la intención de entrar a los sembradíos, al parecer. Trató de quitar uno de las alambradas, amarrada a una estaca de metal que circundaba el campo. Al darse cuenta de que no podría hacerlo, abandonó la tarea y se marchó de la sombra hacia la van del crew.

En tanto, retomé mi alambre. Lo retorcí un poco más, pero era trabajo concluido. Pensé llevármelo a casa cuando el llamado terminara, como un recuerdo. Esperamos la decisión final que vendría en forma del camarógrafo. Alguna buena noticia como: Las cámaras grabaron bien; lo hicieron excelente todos; muchas gracias, la van los llevará al hotel. Pero su regreso no pudo haber estado más tiznado por el infortunio. Apenas comenzaba el segundo aire del crew.

Reinstalaron la cámara en otra parte de la carreterita, más cercana al sembradío. Al parecer, ahora sí quitaron parte de la alambrada. Y volvimos a filmarlo todo, excepto la parte del pick-up antiguo. El vehículo ya no volvió desde la última vez. Repetir, repetir; enjuagar y repetir.

Estoy consciente de la repetición durante filmaciones, como lo dije antes, pero no es como si no hubiéramos sufrido por el Sol, y no es como si nos hubieran pagado mucho, tampoco. Aunque muchos estaban fascinados por el sueldo diario. Más bien es una responsabilidad de uno estar ahí. Una responsabilidad de haber dicho “sí” al momento de hablarte por teléfono, y terminar el trabajo.

Después de acomodarnos y reacomodarnos, por fin hablé con algunos en el día. Supe que varios trajeron sus propios zapatos, debido a una sugerencia que les hicieron cuando los organizadores se comunicaron por teléfono. Yo no recibí ningún consejo, sólo en la primera ocasión: llevar una camisa lisa.

Estaban muy a gusto con el calzado propio. Yo me tiré un rato más en la carreterita en un break a estirar mis deditos dentro del zapato, ya deformes por la jornada. Golpeaba los talones con el asfalto repetidas veces.

Llegué aun nivel de hartazgo tal que dije en voz alta: - Si yo fuera el director, hubiera traído una grúa, hubiera hecho una toma aérea de los marchantes, y juímonos. - Oh, no. Lo dije bastante recio. ¿Recibiré alguna “reprimenda”? ¿Acaso volví a la primaria? Pero no. Todo el crew estaba muy atribulado con sus propios asuntos como para prestarle atención a los extras. Y continuamos grabando.

El día se acababa, ya no había suficiente luz para seguir filmando. Temía que trajeran reflectores para continuar. No, por favor, no. De pronto, después del corte 290, ya no hubo llamado de “a primera posición”. El crew empezó a guardar el equipo. Los extras nos miramos los unos a los otros. ¿Hemos terminado? No se nos dio mucha información. Tampoco recuerdo ningún agradecimiento por parte de los organizadores, a diferencia de mi primer día como figurante.

Llamaron por radio a la van, esperamos hasta que se estacionó unos metros atrás. Mientras nos desparramábamos en dirección contraria para subir al vehículo, uno de los extras comentó, casi gritando: ¡Así es como debimos haber caminado! - Luis Carlos estuvo de acuerdo, pero no hizo mucha alharaca. Obviamente estábamos caminando en una formación más natural y diseminada porque... ¡¡Nadie nos acomodó!!

Volvimos a la Zona Cero. Nos cambiamos en la sudorosa carpa. El vía crucis había terminado. Me quité los horrorosos, mutiladores, vejatorios y apretados zapatos. Fue una delicia. Me tronaron huesitos de los cuales desconocía su existencia. Como el... astrólogo, ¿astrólogo? ¡Astrágalo!

Avisé del regreso, vía celular, a mi papá. Eran como las ocho pasadas. Le mencioné que quizás pediría bajar en la calle de la casa, pero no estaba seguro. Depende si me animara a decirle al chofer.

Llegó el transporte a Hermosillo. Era como un autobús chiquito con cinturones de seguridad en los asientos. Me senté hasta atrás, en un rincón. Durante el regreso me la pasé muy calladito, mientras los pasajeros hablaban sin parar, y reían. Con decir hablar me refiero a alburear. No intervine de sus juegos.

El señor de lentes iba muy contento con su participación, anhelaba ser llamado de nuevo. Dudo que suceda, dado el altercado con las gafas y Luis Carlos, su rebeldía a negar quitárselas. Ya veremos.

Dos días seguidos como extra. Es de pensarse asistir a un nuevo día de filmación si me hablaran mañana. Estoy agotado. Guardo el superlativo para otra ocasión.

Un pasajero junto a mí contaba una anécdota sobre su bello facial. El departamento de estilistas le cortó su barba y bigote. El accedió, por supuesto, no fue obligado. Se preguntaba si en su casa lo reconocerían al llegar, pues hacía 20 años que no se afeitaba. Todos se sorprendieron.

El señor de lentes quería bajarse antes de llegar al hotel, pero le daba pena preguntar. El amable conductor le dio luz verde, entonces descendió pasando un puente vehicular. Todos los saludaron de despedida. Y extrañamente el albur acabó, aunque podría haber sido coincidencia. El tema se dirigió hacia otro rumbo, donde finalmente pude hablar, un poquito.

Andar por allá, en los campos agrónomos, filmando, cansado, dolorido, sediento, obedeciendo órdenes en veces incongruentes, aguantando sol, viento, polvo. ¿Por qué? ¿Por el amor al arte? ¿Por $400 pesos? Debe tener una explicación psicológica. ¿Cómo es que hombres y mujeres, hechos y derechos, entregan parte de su voluntad sin chistar a un grupo de desconocidos mandones?

Digo, es una experiencia y todo, estar del otro lado de las cámaras. Pero lo peor es que muchos lo volverían a hacer. ¿Yo? ¿Si me hablaran, iría? Está por verse. Mañana, en definitiva: NO. Pasé por la calle de mi casa, me animé a pedirle de favor al conductor detenerse. Me despedí, descendí y caminé a mi dulce hogar.

¡Oh, no! ¡Se me olvidó el alambre en zigzag! Ni modo. Me queda el dolor de mis pies como un recuerdo, que quizás se convierta en un daño permanente.


FIN DEL DÍA DOS.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

CÓMO REGISTRAR OBRAS EN INDAUTOR DESDE EL INTERIOR DEL PAÍS

“FADE IN:” ¿FUNDIDO DE ENTRADA?, ¿DISOLVENCIA DE ENTRADA? o ¿DESVANECIMIENTO DE ENTRADA?

¿Cómo registrar una obra en INDAUTOR desde el interior del país? (Actualizado)